La piel normal, denominada también «eudérmica», es flexible, fina, tersa y muy suave, siendo la más parecida al tacto a la de un niño. Presenta unos poros diminutos, muy cerrados, lo que impide la formación de espinillas o puntos negros. No es ni muy seca ni muy grasa, resultando ligeramente más grasienta en la nariz y la barbilla.
Este tipo de cutis es propio de personas cuyas glándulas funcionan correctamente, con un sistema circulatorio regular y un metabolismo equilibrado; en definitiva, es la piel de una persona cuyo organismo funciona con plena normalidad. Es decir, desgraciadamente, el menos frecuente de todos los cutis.
Cutis graso:
Esta clase de piel es gruesa, ligeramente brillante y grasienta. En la mayoría de los casos presenta poros dilatados, en los que, debido a la elevada producción de sebo,
tiende a formar puntos negros y granos, particularmente en las aletas de la nariz y en la frente. Su color es a menudo ceniciento, a consecuencia de recibir un riego sanguíneo deficiente. Entre las posibles causas de una piel grasa cabe citar el estreñimiento, algún tipo de desequilibrio hormonal y una alimentación rica en grasas, condimentos y picantes.
Cutis seco:
La piel seca presenta un aspecto tirante, falto de lustre y con poros finos. Es muy sensible a los cambios de temperatura, apareciendo con frecuencia enrojecida. Debido a la escasa producción de grasa y humedad cutáneas, a menudo se forman arrugas prematuras. Un cutis seco puede ser producido a causa del uso de jabones detergentes, aguas alcalinas, climas secos y ventosos, falta de vitaminas, y el alcohol, tabaco y café.
Cutis sensible:
Cutis acnéico:
Este problema puede durar años, y para paliarlo es necesario seguir algunas normas: jamás apretar las espinillas con las uñas, no usar maquillajes espesos, e incluir en la dieta muchas frutas y verduras frescas.
Cutís marchito:
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